Berta Paz Lourido - Amiga
En cualquier caso, como tantas veces en la vida, no es la cantidad sino la calidad lo verdaderamente relevante. No es tan importante a cuantas personas amas sino cómo es ese amor, que te aporta a ti y a quien lo recibe, que transformación sutil se produce entre dos seres cuando el amor actúa como hilo conductor entre ellos, como una niebla embriagadora de afectos entre personas, hacia la vida e incluso, para con uno mismo.
Tampoco importa llegados a este término, la definición del concepto del amor, pues ese sentimiento universal ha de personificarse para abrirse de sentido, así como los girasoles despliegan su belleza de pétalos amarillos al calor del verano. El amor es simplemente aquello que permanece cuando ya todo se ha ido, es el agua de una charca tras la lluvia, es la carta devuelta por el destino, la sal atrapada en nuestra piel cuando la marea se alejado de la playa arrastrada —por qué no decirlo— por el amor no correspondido de una luna de plata. El amor aviva la llama de nuestro presente, que transformado en recuerdos como la fruta madura, podremos revisitar con la ingenuidad que brota con los años. Y en muchas de esas imágenes etéreas encontraremos caballos corriendo salvajes en las estepas, pero no huyendo de la tristeza como los humanos, sino por el puro placer de avanzar tan rápido que no pueden si no desplegar sus alas doradas y alzar el vuelo sobre las montañas ¿Acaso no veis en ese penacho de pelo sobre los cascos, la pluma del caballo, el vestigio de un pasado fantástico que se aleja como crines al viento, abriéndose paso entre las nubes hacia el cielo de la libertad?
Sin duda, es amor lo que nos une a nuestros caballos reales o imaginarios. Pero, ¿por qué amamos a los caballos? y aún más, ¿Cómo es posible que después de siglos de dominación, uso y abuso, los caballos nos sigan amando? Puede resultar demasiado poético, es verdad. Pero no hay que avergonzarse de ello, pues el amor, como los caballos, salta entre las palabras, la música y la poesía, a trote ligero, al paso, al galope. Los caballos no son un instrumento que se pueda medir por su utilidad. Tampoco las personas. Propongo pues, volver la mirada a lo bueno y lo virtuoso de la naturaleza, todavía estamos a tiempo de convertirnos en centauros mitológicos que incorporen en su dualidad la humanidad que encarnan los caballos.
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